Defenderé la Alegría.

Quítamelo de encima.

“Me duele y me defiendo. Quítamelo.”

No puedo. No puedo quitarte nada. Ni tampoco ponértelo.

Me preguntaba que por qué siento alivio cuando algo termina.

Como ya empezáis a saber… porque se acaba la fantasía. Porque cae la venda. Porque me quedo a solas con la verdad. Y a mí lo que me incomoda y decepciona nunca es la verdad.

Es la queja. Es vivir necesitando algo que nunca llega. Y, que si llegase, nunca sería suficiente.

No se confundan: jamás me interesará la mediocridad. No se trata de conformarse. De ser así, ya estaría haciendo lo que hacen otros. Otros que no soy yo.

No me interesa. Sé que estoy creando mi melodía. Mi ritmo. Estoy bailando mi canción. Bua, es súper emocionante.

Siento alivio porque dejo de ocupar tu lugar. Porque ocupo el mío. Porque encarno esa alegría que me acompaña desde el día en que nací. (No exagero, existe una foto mía con un día de vida y sonriendo).

No puedo cargar con tu pena. Tampoco quiero. Te estaría haciendo un flaco favor. Te estaría infantilizando. Y poniéndome por encima. Aunque pueda parecer que es por debajo. Dios sabe que no es así. Que he disfrazado soberbia con compasión. Para cargar con tu cruz. Para compensar tu dolor con mi alegría. Pero ya no.

Otra forma de no ocupar mi lugar: pretender tapar mi sol con un dedo.

Dejen de quejarse, de compararse y de envidiar.

Llevo toda mi vida celebrando el Amor. Entusiasmándome por lo que le sucede a las personas a las que amo. Sin caer en la cuenta de que el Amor ya lo tengo. Lo soy.

Por eso no me escuece cuando lo veo en otro lugar. Es más, ojalá se inundase todo. Dejémonos de tacañerías.

No me fijo en lo que hacen, dicen o tienen otros porque ando muy ocupada defendiendo lo que considero valioso, las tres cosas que conforman a Dios: la alegría, la libertad y el Amor.

Si vas a seguir quejándote, inerte en tu metro cuadrado, no cuentes más con mi espada. No existen ya los límites para mí. No tengo nada que perder. No me asusta que no agrade lo que hago. No me importa si me apoyas o no. No es relevante. Tampoco te obceques en convencer a los demás con que te sigan. No mendigues. Ahí no es.

Estoy empleando todo mi ser y todo lo que tengo a mi disposición para honrar a la niña que fui. Está muy emocionada viendo que no me prostituyo. A veces se asusta cuando percibe que me enredo. Con penas ajenas. Pero confía en mí. Sabe que estoy comprometida.

Hay algo con lo que el Mal y el Poder no cuentan… y es que se puede manipular sin perder la pureza.

Esta guerra la gana el Amor.

Anterior
Anterior

La pureza tras el desapego.

Siguiente
Siguiente

Salirse de uno mismo.