Déjame sin palabras.
Rellenar los huecos para no entrar.
Vivimos aterrados. Miedo a lo desconocido. A lo incómodo. Al aburrimiento. A salirnos del tiesto. A descubrir que podemos (y queremos) ir mucho más allá. Pero nos aterra.
Tomar esa decisión es correr un riesgo. Es entrar en la posibilidad de no reconocerme. De contarme la historia de manera distinta a la habitual. De construirme una vida. Y una identidad. De dejar que mi Alma tome las riendas. Y eso, nos aterra.
Soltar el control. ¿Puede haber algo más peligroso? No vaya a ser que me sorprenda. Que las cosas sean distintas a como las había pensado. Idealizado. IDEA. Te montas una vida en tu cabeza. Teorizas. Esperas.
¿Y dónde queda la vivencia? La experiencia. Eso es lo que queda cuando nada queda.
Dejarse dominar por la piel y por las emociones tampoco va a garantizarnos nada. Porque no hay garantías. Esto es una Apuesta. La vida va de darnos. De entrega.
Y eso lo integra todo. También la incomodidad y el aburrimiento.
Siempre me sentí cómoda analizando. Pensando. Expresando. Solo así pensaba que valía. Hace unos pocos años percibí que estaba huyendo de sentir. Del silencio. De estar a solas con todo lo que me sucede de piel para dentro. Rellenaba esos “huecos” con algo. Todo rápido. Todo efectivo.
Lo natural es más lento. Yo me estaba pasando por alto con toda esa velocidad. Cuando paras y escuchas, se va desvelando la Verdad. La verdad es lo sagrado. Lo que está cuando nada está. Lo que no se puede destruir. Aunque se atente contra ello.
Porque señores, ¿acaso no han atentado en alguna ocasión contra ustedes? Y ahí siguen. La Verdad sigue intacta.
No se dejen paralizar por ese miedo. Sé que es persistente. Sabe cómo manipular. Se pega a nuestra mente como si tuviese algo importante que ofrecer. Como si nos estuviese salvando de algo. Tanta protección nos atrofia.
No necesitamos ser salvados. No estamos en peligro.
Esa intimidad, que estamos evitando, nos enfoca. Nos coloca en nuestro propio camino. Nos permite diseñarnos una vida (y un ritmo) a medida. Nos recuerda que lo que somos lo decidimos a cada paso.
Y, que sin entrar en esa intimidad, jamás podremos sentir plenamente. Ni dolor, ni placer. Jamás podremos abandonarnos al gozo de entregarnos. Ni tampoco experimentaremos lo que es abrirnos al encuentro con otra Alma.
Y ahí, señores, las palabras sobran.